CRÓNICA: Ana Curra en Madrid (Marzo de 2012)

Ana Curra en Madrid (Marzo de 2012) Kapital
Madrid

9 de Marzo de 2012

Si hay una banda que represente los designios siniestros del Post Punk, esa es Parálisis Permanente. Monstruos de los 80 que vieron truncada su existencia con la muerte de su cantante y guitarrista de veinte años, Eduardo Benavente, al año siguiente de grabar su primer LP -El Acto- que acabaría siendo el único y convirtiéndose en mito y esencia de la cultura madrileña del punk.

Desde aquella noche de lluvia mortal en 1983, en la que Ana despertaría en un hospital sin su compañero, han tenido que pasar treinta años para poder revivir las canciones que compuso junto a Eduardo, en un escenario sin él, pero para él. Dedicó el concierto a toda la gente que habíamos perdido, y vertió el alma de principio a fin para estar a sus alturas.

Yo llegaba en el momento en el que se dirigió al auditorio para agradecer nuestra presencia, después de tocar “El Acto” y “Quiero ser tu perro”. Tarde, sí. Había sentido ese evento tan ineludible que interioricé que lo viviría con toda seguridad, hasta el punto de no preocuparme ni por comprar entrada, como si el tiempo fuera a pararse para mí cuando llegara el día. Claro que no se detuvo, pero yo me mantenía en el convencimiento de que todo tenía que salir perfecto en la gran noche, cuando miré el reloj y solo faltaba una hora para las 21:30. Ahg, ya me había perdido a las Maud the moth. Así que cogí el Ana Curra en Madrid (Marzo de 2012)coche, creyendo que lo que sería una idea suicida para cualquiera que se acerque un viernes a Atocha, para mí, que me sentía parte del selecto gueto que conoce los callejones secretos del ambiente alternativo, iba a ser coser y cantar. Pero las calles cercanas al antiguo CSOA La Alarma, donde encontrabas tu sitio porque el ambiente nocturno de la ciudad se queda en la otra margen, estaban cortadas. Total, que dando vueltas gasté más gasoil que los 20€ de la entrada y aparqué tan lejos que la carrera hasta Kapital me bajó todos los humos que aún me quedaban, y de paso, también la regla, nada más entrar. Así que había llegado y por fin estaba dentro, pero a punto de caer desmayada. Mis fuerzas se habían evaporado de tal manera que solo una diosa podría lograr rescatarme.

Pero a eso iba ¿no?

La vi y creí que nunca iba a poder mirar nada más. Hipnotizaba con cada gesto. Nos atrapaba como si lanzase redes de madre araña cada vez que alargaba el brazo hasta el teclado, sin soltar el pie de micro, ni a nadie que estuviera allí.

El escenario generaba imágenes perfectas, estimulantes como cada fotograma de The Rocky Horror Picture Show. Cada latigazo que su baqueta mágica coordinaba con las del enorme Rafa Le Doc, cada golpe flagelando las teclas con la imagen de Eduardo presenciando el teatro en rojo y negro... Cada segundo, estaba viendo un póster que bien podría decorar mi habitación. Acompañaban la escena José Battaglio –uno de los guitarristas de La Frontera y de Los Esqueletos, que ya habría tocado con Ana en Seres Vacíos y en el homenaje al batería Toti Árboles llamado Los Vengadores-, Manolo UVI -músico de Ana Curra después de Seres Vacíos y de grupos míticos como La Uvi, Commando 9mm o Los Vengadores- y Cesar Scappa, compañero de Eduardo en Los Escaparates y su maestro en las cuerdas. Permanecían en sus sitios, espléndidos, como gárgolas que custodian una misa definitiva; quietos, porque ella lo ocupaba todo.

“Esa extraña sonrisa” y “Quiero ser santa” serían interpretadas con dos bajos, al contar con la presencia de Rafa Balmaseda, quien fue bajista de la última formación de Parálisis Permanente.

Ana Curra en Madrid (Marzo de 2012)Habían publicado el repertorio, maquetado, como si se tratara un programa teatral, y así podía verse desplegado en las manos del público. Entendí que no hubieran dado opción a la sorpresa, cuando desde el principio Ana puso de manifiesto que esto era un ritual común, en el que todos los elementos serían parte privilegiada y protagonista. Cometíamos así el sacrilegio de perpetrar uno de los símbolos de la capital, vistiendo de K lo que solamente lo lleva en el nombre. Aquel lugar, templo de las más casposas relaciones de la noche madrileña actual, parecía ahora una vieja corrala tocada por la varita de su hada madrina; con tres palcos ascendentes a cada lado, cubiertos de gente, que miraban a un patio sereno y exaltado en esa paradoja única tan propia del estado anímico de después del polvo; la relajación que da el placer completo y desgarrado. Así, la calma que infundían ánimas paralizadas en su satisfacción, solo pudo quebrarse visiblemente con detonaciones inevitables como “Tengo un pasajero”, “Jugando a las cartas” o “Esto no es”.

Ana bailaba con tanta energía, recreando ese estilo auténtico de los 80, que podías creer estar viendo a una Eva Nasarre muerta y resucitada elegante como novia de Pesadilla antes de Navidad en pleno show. Es una diva de la que se respira tanta exuberancia como humildad. Como la lujuria de una imagen adorada que es a la vez tu hermana de sangre. Como belleza de mármol y rosas de un cementerio.

Cerraban la primera parte con “Unidos”. Unidas, dijo ella. Así sentía a todas las personas que abarrotábamos la sala, en un solo cuerpo y para toda la vida. Ya eran las 22:50 y se había pasado sin notarlo, habíamos caído en un agujero del tiempo, iluminado por el cuerpo de Ana, y del que saldríamos en paz, con las venas por fin cerradas para dejar correr muy dentro y por siempre la sangre ahora dulce.

Finalmente reaparecieron para completar con Adictos a la Lujuria, precedida de una pieza de piano magistral, “Autosuficiencia” y “Un día en Texas”, la catarsis.

El Acto también cerraba un círculo para mí. Parálisis Permanente habían sido de las primeras bandas que versionaría al Ana Curra en Madrid (Marzo de 2012)empezar a tocar, y Ana Curra, sin duda, una de mis grandes referencias artísticas. Sentirla tan cercana, regalándonos su todo y haciéndonos parte de la belleza, honesta, conjugaba lo mítico y lo humano en una liturgia que solo podía hacerte sentir perteneciente a un mundo que merece la pena.

La noche no acababa ahí, Supersonic y The Phantom Club se abrían dispuestas acoger a tanta gente que había venido desde cualquier lugar de la geografía española para unirse a la celebración, a la hora que fuera. Pero yo, como soy una bendita, me recogí pa casa, donde tenía mi santa copa de luna esperando. El Acto había sido sobredosis suficiente para mirarme en su reflejo y ser feliz.

Te habría gustado, Eduardo.

Gracias Ana por hacernos partícipes de la ceremonia de tu vida.

  • Pedro Munster
  • Noe Eskuela

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