EDITORIAL: La maté porque era mía

Joaquin Maidagan
Joaquin Maidagan,

JOAQUÍN MAIDAGAN GOLDENZWEIG

Joaquín es natural de Rosario, Argentina, pero está afincado en nuestro país. Su residencia está entre Segovia y Madrid y entre las diferentes labores que desempeña, encontramos que casi todas están estrechamente ligadas a la música. Es redactor en una conocida web de música, MetalCry, además  de ejercer de DJ en un bar de rock de la sierra madrileña. Él mismo se define como “amante de la música sincera al que se la sudan etiquetas y prejuicios” y nos confiesa que le encanta y disfruta escribiendo, sobre todo si tiene que ver con la música.

Sí, las grandes compañías discográficas se merecen sufrir esta agonía (y al loro también con alguna que otra independiente). Sí, los 40 Principales se merecen un toque de atención moral por equiparar canciones con churros (ojo, también habría que analizar con lupa a algunos periodistas “del rock”). Sí, está claro que desde que existe internet se han perdido sanas costumbres musicales como empollarnos libretos y ser conscientes de lo mucho que cuesta grabar un disco, y no sólo desde el punto de vista económico. Sí, a día de hoy no hay bandas estatales capaces de hacer olvidar del todo a grupos como Leño, Platero, Extremoduro, Reincidentes, S.A, Boikot, Los Suaves o Barricada. Y sí, OT es algo esperpéntico. Hasta ahí llega el manido y estándar (y no por ello carente de valor) discurso de la crisis musical. Aun así creo que sería injusto no ir un poco más allá de lo obvio. Y es ahí cuando deberíamos plantearnos lo siguiente: ¿El fan no tiene parte de responsabilidad? Desde mi punto de vista, sí. Al fin y al cabo, que lo haga un ejecutivo engominado y sin escrúpulos, no debería sorprendernos; pero que lo haga alguien que dice amar la música ya resulta más decepcionante.

Una de las actitudes más dañinas y repetidas es la del fan que trata a su banda favorita comportándose como el típico novio/marido celoso y protector hasta límites insanos. Sí, de esos que, si por ellos fuera, sacarían a pasear a su pareja con una correa para que no se escape. A riesgo de ser apaleado, lo diré: la figura del fan está sobrevalorada. Me explico. Me refiero a esos fans que son incapaces de asumir con madurez que un grupo no tiene por qué pedirle permiso cada vez que compone una canción (tan lícito es repetirse como querer innovar). Esos fans que se llenan la boca utilizando gratuitamente términos como “vendido” cada vez que su banda da un pasito más en su evolución, ignorando que sacar determinado disco que no te sale de dentro, única y exclusivamente para que tus fans estén contentos, también es de vendido. En definitiva, fans que presumen de tener una visión romántica de la música pero que a la hora de la verdad son incapaces de escapar de una perspectiva absolutamente encorsetada de la misma. Los fans son importantes para la supervivencia de una banda, no cabe duda, pero no hay que contentarlos a cualquier precio, ni lamerles el culo obligatoriamente, ni ceder a su chantaje. La opinión de los seguidores es un termómetro útil, pero no infalible. Tan importante para la salud mental de una banda es tener libertad a la hora de componer como no entrar en los foros musicales, porque las perlas que se leen en algunos podrían competir dignamente con las de cualquier programa del corazón en el que se despelleja como norma.

Desconozco cómo será en otros países, lo que sí sé es que en España seguimos dando lecciones de paletismo y de cómo tirar piedras contra nuestro propio tejado. Bueno, llamémoslo tirar piedras o llamémoslo gilipollez extrema patrocinada por frases como “ese grupo ya no compone con el alma”, “ya no son auténticos, tocan en La Riviera, molaban más cuando tocaban en Siroco” o “esa canción es comercial, se ve que ahora solo quieren gustarle a las niñas”. ¿Tan difícil es comprender que términos como comercial y mediocre no tienen por qué ser necesariamente inherentes?

Vivimos en un país donde mucha gente pide a gritos respeto por la profesión de músico, pero es precisamente esa misma gente la que, en un ejercicio de hipocresía y doble moral alarmante, no termina de asumir del todo que el músico de rock también tiene derecho a cobrar por lo que hace. Gente que incluso mira con recelo y le acaba dando la espalda al músico que reconoce abiertamente querer ganar dinero dignamente con sus canciones. Vivimos en un país en el que la gente se queja de que el rock, al igual que cualquier otro género que se salga del circuito más mediático, es algo minoritario. Pero paradójicamente también se criminaliza al grupo que logra traspasar con esfuerzo la a veces sectaria frontera de lo minoritario: que se lo digan a Pereza. Os aseguro que es preocupante la ignorancia y la desinformación que hay detrás de los topicazos que se utilizan para desprestigiarlos. Y de ello pueden dar fe Los Porretas, puesto que no han sido pocas las críticas que han recibido por contar con ellos en su fantástico 20 y serenos. En este sentido hay ejemplos de muchos colores, ya que es algo que va más allá de gustos y preferencias: es curioso que a Ska-P se los critique ahora y no cuando salió El Vals del obrero, posiblemente el disco más comercial de la banda; las críticas que han recaído sobre Fito tras abandonar el (exitoso, no lo olvidemos) barco de Platero me parecen excesivas y desorbitadas, pese a que lo que hace con Fitipaldis no me emociona en absoluto; si hablamos de M Clan vemos que hay muchísima gente que, al seguir centrada en escupir bilis contra la prescindible Carolina, se ha perdido su impresionante último disco, una maravillosa mezcla de rock y soul; tenemos el ejemplo de Leo Jiménez, cuyos detractores son una clara muestra de que la envidia no es patrimonio único y exclusivo de las mujeres ; y Hamlet o los propios Habeas Corpus prácticamente tuvieron que pedir perdón por haber sacado dos discazos como Syberia y O todo, o nada, respectivamente.

Al principio de este artículo comentaba que hoy en día no han surgido grupos capaces de igualar a bandas históricas, más allá de que haya ejemplos aislados como Marea y, en menor medida, La Fuga. Pero tan cierto como eso es que mucha de la gente que se queja de que la escena emergente adolece de falta de argumentos, tampoco hace ningún esfuerzo a la hora de explorar nuevos horizontes (Seiskafés, Con Mora, Encrudo, Forraje, Luter, Censurados, Gritando en Silencio, Iratxo, Stafas, Hirurko o Bocanada son buenos ejemplos de talento actual). Se ve en los bares, donde el Marihuana de Porretas y el Vicio de Reincidentes siguen sonando casi por decreto. La gente pide savia nueva y que los dinosaurios del rock le cedan el protagonismo a las nuevas promesas, pero a la hora de la verdad tampoco muestra la más mínima inquietud para salirse del camino marcado y, al menos, escuchar nuevas propuestas para poder llorar y despotricar con conocimiento de causa. Hace unas semanas lo comprobé por enésima vez: en un municipio madrileño de 60.000 habitantes tocaba una banda que, si bien no está consagrada, ya tiene cierto nombre en la escena estatal. En la sala había 15 personas, de las cuales la mitad eran conocidos del grupo. La entrada era gratis. Da que pensar.

“La maté porque la amaba, la maté porque era mía”, reza la canción de Platero. Evidentemente ni estas actitudes ni las mencionadas en el primer párrafo van a matar algo tan potente como la música. Pero no estaría de más que la cuidáramos un poco más aprovechando lo que sí está en nuestras manos.

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