El recién reformado Rock Palace volvía a abrirnos las puertas con una oferta por todo lo alto, para seguir recordándonos cuánto necesitábamos que resurgiera. Esta noche se desbordaban con una banda que habría llenado tres veces el aforo, y que colgaron el cartel de “No hay entradas” cuarenta y ocho horas antes, dejando a muchísima gente con las ganas, a pesar de ser su quinto concierto en Madrid de la gira.
O precisamente por eso; una vez que los ves, ya sabes lo que no te quieres perder. Era el directo número veintiséis del Therapy Tour, en el que recorrieron durante 2011 dieciséis ciudades de la península y otras tantas de Escocia, Francia y Reino Unido, para empezar ahora a grabar su tercer trabajo. Y si cerraban en el Rock Palace era porque el momento lo merecía; “Aquí empezó 13 Bats” dirían ellos como inicio del conciertazo.
Los 13 Bats tocan que resucitan a los muertos y es una pena que no tengan la misma capacidad para cargarse a algún que otro vivo, como el que esa noche determinó el ambiente del concierto a su antojo. El tonto en cuestión era un tipo 4x10 que al cuarto tema, Riot, se abrió paso a primera fila a base de butrones en las cabezas de toda la zona central, una por una (no es eso a lo que se refiere la Revuelta, chiquitín), para abarcar él solito el espacio de media sala, a que se le viera bien el gesto medio gorila medio sacerdote. Más majo... Por si aún seguías en su feudo y no te habías llevao premio, cogía de vez en cuando a colegas como si fueran sacos y ya te partía la cara a lo molinillo. Que es que había llegao, oye! que no te enterabas!
Total, que el tonto consigue ser protagonista de esta reseña y es que obviarlo no habría resultado una crónica justa, porque fue suyo el protagonismo por mucho que intentásemos mirar pa otro lado. Y anda que no es difícil restar importancia a una banda como esta (reconozco que eso sí es de valorar); imagino que debía estar celosillo del trío enorrrme que nos estaba arrastrando al delirio, y no iba a dejar él que estuviésemos pendientes de lo que habíamos ido a disfrutar, no. Había que estar mirando más al tonto, no fuera que te llevaras una hostia en la boca por estar fijándote en el grupo más que en él, como le pasó a alguno que terminó sangrando. Ahora dime que me marche si no lo aguanto. Y explícame luego si hay algo más autoritario.
Al fin y al cabo estaba entre colegas y es lo que tiene, que entre la camaradería tantas veces mal entendida y entre que tu gente ya conoce tu condición de yonki, pues te ríen los trastornos para que el mal rato no pase a mayores, así que el tonto en su salsa puede decidir que cualquier persona ajena a su ámbito vea el concierto como sardinas en lata fuera de su territorio, y que su entorno puede divertirse mientras no dejaran de hacer de madre en todo momento. No coartemos su libertad, que ya nos la coarta él ¡Kesske somos punkis! Tócate los cojones ¿En qué momento nos creímos que el punk consistía en agredirnos? Joder, eso se lo tragaron los hardcore-kids tardíos, pero vale, los yankis tienen unos medios de comunicación tan persistentes que debe ser difícil no asumir el papel que imponen para que el movimiento no crezca. Si aquí también pasó, ya ha llovido como para que sigamos consintiendo, que tenemos unas tragaderas que ni con los jefes. Cualquier día uno de estos se pone a dibujarnos una esvástica en el escroto con una lima oxidada y, mientras lo haga en las primeras filas de un concierto, lo dejaremos pasar porque “no es para tanto”, que para eso está el pogo. Que somos punkis. Siempre tienes la opción de apartarte y a callar, claro.
Vamos, que una banda se tiene que currar al máximo la difusión para conseguir que la gente vaya a verlos, y llegado el momento, un solo tonto logra que parte de esa gente no se sienta bienvenida y pase de volver. Pues que eso pase con un espectáculo del calibre de 13 Bats se eleva casi al nivel de tragedia, porque el Psychobilly lleva unos años resurgiendo a lo bruto por to los laos, y aquí no rebosamos precisamente de exponentes. En cualquier caso, apuesto que aunque los 13 Bats no fueran de los poquísimos que hay, seguirían siendo de lo mejorcito; No debe ser fácil crear una expectación tal como ellos consiguen, visible en la sonrisa emocionada de cualquiera antes de que aparecieran, y mantenerla, intacta, aunque toquen hora y media sin dejar de sacarlo todo ni un momento y acaben reventados de dejarse la piel en las cuerdas y en los platos. Porque no dieron respiro al cuerpo ni en una sola canción de las veinte que se marcaron, que apenas les faltaron cinco temas para hacerse la discografía completa en vivo. Además, hasta nos regalaron un adelanto de lo que está por llegar, y no te cuento qué expectativas deja.
Presentan una formación clásica de Psychobilly -contrabajo, guitarra y batería- y aunque alguna vez han contado con sección de vientos que te morías del gusto, se agradecen los grupos de tres en el escenario, donde no te pierdes nada de nada y puedes apreciar todos los instrumentos de la batería sin problemas. Y no veas si merecía la pena, porque Carter, el guiri del grupo, es un entusiasta que, además de personalizar en lo visible esa mezcla genial de las composiciones en dos idiomas, sabe expresar una alegría inmensa al tocar, actitud que vemos pocas veces en baterías, especialmente en baterías hombres si te fijas. De la misma manera, sentía la guitarra con un entusiasmo tremendo Albert B., que parece sacado de una película de greasers, por su pose y vestuario y su mirada auténtica, que conecta con la gente haciéndola cómplice de una honestidad arrolladora. Inmejorables compañeros para el siempre fabuloso Dani, bajista y cantante, con un traje impecable que acompañaba a la perfección sus gestos de deskicieitor, muy metido en el papel, quien fue músico, entre otras, de la legendaria banda punk de los 90 Petra de Fenetra, y que mantiene su espíritu, como acredita uno de sus preciosos tatuajes que también podías ver entre el público, en el brazo del Ocaña, que se mostraba rebosante de orgullo frente a su ex-guitarrista, al marcarse esos bailes suyos en plan “pajaritos por aquí” que arrancan unas risas y animan la noche a quien tenga al lado.
La puesta en escena está tan lograda, que no les faltaba ni su botella de Bourbon con etiqueta 13 Bats, con ilustraciones curradísimas, como en el parche de bombo y en todos los elementos que podías ver si te acercabas a una distri donde había hasta tablas de patinaje. El contrabajo ya no lleva aquellas espléndidas alas ni los dibujos de las balas que son imagen del grupo, pero claro que estaba completamente vestido de esa estética de gángsters cincuenteros que recrean. Y es que si algo hemos estado recibiendo de los conciertos del Therapy Tour en los que no estábamos, eran unos diseñazos espectaculares que, desconozco si será todo obra de Mario C. Vaises, pero puedo afirmar que ya han hecho de los 13 Bats una marca, en sus cinco añitos de vida. Pero no una marca de esas contra la gente, sino un símbolo para la gente. Ojalá sean un referente para bandas por venir y se expanda esto de mover el esqueleto hasta desencolar las baldosas. Qué ojo tiene Potencial Hardcore para los grupos, madre mía.
Agradecieron enérgicamente al Rock Palace que sea de los pocos sitios en Madrid que no cobra la sala, con un “Estamos hartos de pagar por tocar”, y es que tal como se ha puesto el temita en la escena musical, es para darles un aplauso casi mayor que al grupo.
En definitiva, que 13 Bats & The tonto resultó un espectáculo brutal a pesar del colega, y podría haberlo sido más si el público nos ponemos en nuestro sitio. Quizás poco a poco nos demos cuenta que somos parte indisoluble de la actuación, y vayamos consiguiendo hacer lo que de verdad queremos hacer y estar a gusto.
Puede que con el tiempo entendamos por fin que en los concis, ni perros, ni vidrios, ni agresores.