Cientos de veces, a lo largo de veinticinco años, he reflexionado sobre las oscuras causas que han posibilitado que la cultura rock en nuestro país permanezca en el légamo del underground más contumaz. En tierra de nadie, aislado en un coto absurdo donde se desarrolla, avanza y progresa, al margen de una sociedad que ha perdido el rumbo de la cultura, y quizá, de una vida espiritual, humana, saludable y vigorosa. Posiblemente, el rock en nuestro país nunca haya estado considerado socialmente, ni institucionalmente, como un elemento cultural, sino más bien como un invento residual, cargado de anatemas sociales, cuando no de estereotipos que no se corresponden con la realidad. Todo es confuso. Ha habido precedentes ambiguos. A Rosendo Mercado se le otorgó en el año 2.006 la Medalla de Oro Al Mérito en las Bellas Artes, e igual mención, a Medina Azahara en 2.007. Por su parte, el ejecutivo socialista de la etapa de Felipe González, contó con la colaboración de músicos de rock para actos del partido, y algunos de sus ministros, como Javier Moscoso, a la sazón ministro de Presidencia, alardearon públicamente de su afición al rock, incluso Mägo de Oz fue invitado al Palacio de la Moncloa en la etapa de Rodríguez Zapatero. Sin embargo, en lo sustancial, todos estos detalles institucionales, se quedan finalmente, solo en gestos a fin de ofrecer una imagen de modernidad, progreso y apoyo, que en realidad, es solo humo vacuo.
El espejismo irreflexivo de la década de los 80, nos proporcionó una visión distorsionada, elaborada en base a la conveniencia coyuntural de darle al rock cierta preponderancia, a fin de entretener a las gentes más jóvenes. Muchos fuimos los que albergamos la creencia de que entraríamos a formar parte de la cultura del país por la puerta grande, y que nuestras bandas, entrarían a formar parte del circuito internacional, para girar por los cuatro rincones del planeta. Condiciones había, pero voluntad por parte de los que hubieran posibilitado este avance, ninguna. A pesar de que nuestras bandas se asomaban a la gran pantalla, desde emisiones como "Tocata" de Televisión Española, el celebrado "Musical Express" dirigido por Ángel Casas, la programación de Radio Nacional dirigida por el periodista Carlos Tena, o la inclusión de temas de bandas como Obús o Barón Rojo en la lista de 40 Principales de Radio Madrid, por citar algún ejemplo concreto, a medida que el tiempo iba transcurriendo, pudimos comprobar como el apoyo y la preponderancia, no se sustentaban sobre una base sólida, y realmente sincera, sino en la conveniencia mediática del momento.
No podemos olvidar, que aquel inerte protagonismo, se tradujo en gran afluencia masiva a los conciertos que se organizaban en salas como la Argenta, Canciller y demás espacios de la escena madrileña, y que hacían presagiar que el rock tendría una importancia de primer orden dentro del ordenamiento cultural de la sociedad moderna, que asistía atónita y desconcertada a una apertura sin precedentes, y dejaba atrás los largos años de una implacable dictadura. En alguna parte he leído un informe de un sociólogo, en el que argumentaba que el rock en aquella etapa, transicional y de inestabilidad política, se convirtió socialmente, en un referente de libertad, de apertura cultural y de oxigenación, lo que posibilitó que muchos jóvenes se subieran al carro de la transgresión y los decibelios enervados. Quizá, todo fue un montaje superficial, en una industria musical inexperta, incapaz de reaccionar con las nuevas tendencias, dominada por las enormes corporaciones discográficas extranjeras asentadas en nuestro país, y que copaban prácticamente todo el mercado de la música.
Así fue como, poco a poco, los sucesivos gabinetes socialistas comenzaron a evolucionar hacia posiciones mucho más liberales, aventados por un progreso económico y social desmesurado, basado en los réditos que proporcionaba la industria del turismo desmedido, y la construcción, como piedras angulares de la economía nacional. Aquellos jóvenes, que con una veintena de años llenaron los conciertos de rock, y que otrora abrazaron la filosofía más progresista y libertaria, encontraron un trabajo medianamente bien remunerado, se casaron, y formaron un familia, y también, hipotecaron su vida y su futuro con el banco de por vida. Las costumbres sociales se tornaron más livianas, más modernizadas, más adocenadas, y mucho más acomodaticias. Los hogares españoles, comenzaron a obtener productos y bienes de consumo, que nunca antes hubieran soñado con tener. Era el progreso, nos dijeron.
La música, comenzó a dejar de ser una manifestación cultural, para convertirse en un producto hueco de venta al por mayor. Las ventas de discos, se dispararon. Era un soporte estable, y aunque más tarde llegó el CD, se fueron manteniendo durante una década en cotas muy elevadas. Fueron entrando nuevas tendencias musicales, arropadas por modas de consumo, de postureo ficticio, que calaron en la sociedad española, de manera que fuimos colonizados por las tendencias que llegaban de Estados Unidos o Reino Unido, principalmente. El rock, entró en una caída sin freno, sobre todo, en la última etapa de los 90. Las bandas que estaban en la parte superior de la pirámide, se aferraron a su valentía para seguir trabajando, en un escenario plagado de competencia desleal, abandono, olvido, y cuando no, represión mediática. Los grandes medios de comunicación, pasaron a informar de las tendencias más vanguardistas, de los artistas con más tirada internacional, y dejaron a los grupos de nuestro país, en la más absoluta indigencia moral y cultural.
Con la llegada de la derecha al poder, la situación se agravó ostensiblemente. Muchos grupos dejaron de funcionar, o lo hicieron a un ritmo muy lento. Otros, comenzaban a incorporarse a la escena, con más ilusión que convicción. Fueron años muy oscuros, pero el corazón del rock nunca dejó de latir. Por supuesto que todos los canales de conexión con las instituciones públicas quedaron cerrados. A pesar de ello, los músicos de rock de este país no se rindieron, y emprendieron su particular travesía del desierto, encontrando números escollos a su paso, en algunos casos, con represión explicita, como la que sufrieron muchas bandas surgidas en Euskal Herria. Aquellos que antes nos habían convidado a su mesa, ahora nos daban la espalda, pero además, creaban una imagen ambigua, absurda y manipulada de nuestra cultura, asociándola a las malas costumbres, la drogadicción y la delincuencia.
En un país como en el nuestro, en donde la incultura informada está vigente, y donde el garrulismo es una práctica común, el rock era la nota más discordante posible. El rock, se convirtió en una aptitud cultural al margen de la cultura oficialista, y muchos de los que antes abrazaban estas premisas, se fueron convirtiendo en modélicos consumidores, intoxicándose con la morfina onerosa de un estado de bienestar de fábula, totalmente ficticio. Así pues, aprendimos a caminar por nuestra orilla, odiando las reglas sociales y las imposiciones, las formas de negocio establecidas, y nos acostumbramos a comer sopa de ajo. Nada pudo con el espíritu inviolable del rock. Nada pudo con la ilusión. Con la sangre.
Con el cambio de siglo, el rock comenzó a experimentar un gran crecimiento, a nivel de bandas, de infraestructura, de creatividad, y de ilusiones. Un potencial que posibilitó oxígeno para el pulmón desgastado, y que a día de hoy, lo mantiene con vida aunque casi exánime. La sociedad española, evidentemente, ha perdido el punto de conexión con la cultura rock, porque su filosofía de vida, está claramente en desacuerdo con muchas de aquellas premisas sociales, que hoy están comúnmente aceptadas. En la era de la tecnología, la sociedad española ha entrado en el deliro electrónico, y las formas de ocio, han cambiado sustancialmente. Los hábitos de consumo, también. Internet ha abierto una brecha considerable, aunque ha facilitado la labor de los músicos y promotores. Habría que concluir que, la sociedad española, se ha convertido en una sociedad casposa, rancia, egoísta, y poco creativa, donde no hay espacio para las nuevas tendencias culturales alternativas al margen de la oficialidad, y donde, desde las cimas de los sucesivos gobiernos, se ha manipulado a la población subliminalmente, en favor propio. Solo aquellos que resisten este chorro de inanidad, aventada por una situación económica derrumbada, caótica, mantienen una resistencia admirable. La trágica realidad, nos impone un entumecimiento de los criterios de selección natural. Cunde el desánimo y la desilusión.
Por tanto, la influencia de la cultura rock en nuestra sociedad, a mi juicio, es irrelevante, o sencillamente, inexistente. El rock, se ha convertido en un elemento que se vive en la "intimidad". Muchos son los que presumen que se identifican con el rock. Especialmente patético y estomagante me resultaron las insinuaciones de David Bisbal o Rosario, de sus gustos por el rock o el heavy en el programa "La Voz" de Tele 5. Sinceramente, esta falsedad amasada con mentira, me rebela. Indudablemente, el rock es una manifestación musical y cultural de fuera, de poder, de alma. El rock no entiende de mentira ni de falsedad. El rock, es la voz de la verdad, de la realidad. El rock es la bofetada en la cara a los que tratan de manipularnos. El rock jamás se rinde.