“Yo no mandé mis naves a luchar contra los elementos” dijo Felipe II tras ser derrotada su Armada Invencible (sic) en la batalla de Trafalgar. En este concierto de El Perro del Bar, Whisky Caravan y Sonotones es cierto que no había navíos, tampoco había ningún invencible, pero elementos los había y muchos.
Primero pongámonos en situación, Madrid, viernes, Sala-Discoteca Lemon (Que acabado el concierto pasaría a denominarse “Guapa”, pero ese es otro tema). Entramos con tiempo para ver a El perro del bar, que son el grupo que abre la noche, y nos encontramos casi de bruces con la primera sorpresa desagradable de la noche, justo todo en medio de lo que debería ser la sala una columna preside el lugar, la primera en la frente como diría aquél. Para ver el escenario al completo sólo hay dos alternativas o se veía el concierto un poco escorado o en las primeras filas, bien.
Como suele ser habitual en este tipo de actuaciones, los primeros en tocar tienen el papelón de tocar ante una sala casi vacía y en la que muchos de los presentes lo están por la curiosidad de contemplar a un grupo nuevo que por el conocimiento de la banda. En un concierto corto El perro del bar fue tocando sus canciones e incluso regalándonos una versión de Hey Joe del maestro Jimmy Hendrix.
Quizá fuera por el ambiente frío que había abajo, pero parecía que por momentos el grupo se contagiaba de la escasa pasión del público en vez de tratar de metérselos en el bolsillo y crear así una atmósfera más propicia. Pero bueno, ¿Todos tenemos algún día malo, no?
Después del primer concierto y tras un comentario de una compañera caigo en otro detalle, ¿Esa pared del fondo no es demasiado blanca? Luego me daría cuenta que sí, que lo sería.
La segunda banda de la noche eran Whisky Caravan, el grupo madrileño combina ritmos rockeros con otros más provenientes de la América de los 50, mucho blues y ritmos del medio oeste. Pero si hay algo que destaca sobremanera es la voz de su cantante clarísimamente influenciada por Enrique Bunbury, de hecho si no hubiésemos estado delante durante la actuación todos los presentes lo habríamos perjurado sin ningún tipo de dudas.
Tras estos dos aperitivos llegaba el plato fuerte de la noche, culminando en casa la gira de presentación de su quinto disco La Rebelión de las Monjas y que en los últimos meses les ha llevado por buena parte de la geografía española. Entiéndase “gira” y “buena parte” en el contexto de lo poco que desgraciadamente suelen dejarse ver Sonotones fuera de la comunidad de Madrid.
El concierto se puede decir que se produjo sin sobresaltos reseñables, comenzando con el tema que da nombre al disco. Se pudieron escuchar varias canciones más de este último disco como No Practicar, Arde Madrid o Los malos tiempos que vino con dedicatoria incluida. Las nuevas canciones se iban mezclando con otras más antiguas y que todos los que seguimos a Sonotones nos sabemos, Sólo tienes una vida, Sin argumentos, La culpa fue de la ciudad o El progreso, adaptación del cantante brasileño Roberto Carlos. Quizá la mayor sorpresa vino en la última de las canciones, donde Sonotones rescataron del baúl de los recuerdos el tema Queremos mandar, dedicada a esos políticos que tanto hacen por nosotros y que están tan en boca de todos últimamente. En el global y para lo que había el concierto de Sonotones fue bueno, no pasará a los anales de la historia del grupo, pero no se le pueden poner peros. Y hasta aquí lo bueno.
Anteriormente ya he hablado de la columna, así que no me extenderé por ahí, porque desgraciadamente hay más. Durante los tres grupos, pero especialmente con Sonotones se produjo un fenómeno cuanto menos perturbador, con una pared blanca de fondo cada vez que los focos irradiaban luces blancas, se combinaban con el color de la pared provocando un destello blanco que por momentos hacía dudar de si era de día dentro del local.
Sé que es extremadamente fácil criticar sentado en un lugar con calefacción. También soy plenamente consciente de la problemática existente en Madrid y en otros muchos sitios a la hora de hacer conciertos con el tema de alquileres abusivos, horarios y la poca predisposición de la gente a moverse. Ojala pudiéramos tener muchos lugares con el sonido de la Caracol, el horario de Gruta 77 y el precio de alquiler de la Taboo, pero no lo tenemos. Es muy cierto que en estos tiempos ya es arriesgado montar un bolo, que nadie quiere palmar dinero, 
y si montas un concierto un poco lejos nadie va.
Pero lo que sí que tenemos que hacer es querernos un poco, porque si no nos respetamos a nosotros mismos nadie lo va a hacer. Es cierto que no siempre se puede acudir a una sala de conciertos y hay que tirar de otros sitios, pero un lugar con sofás y mesitas del Ikea, una columna en todo el medio y paredes tan blancas no está preparado ni remotamente para poder albergar un concierto. Son estas cosas las que también pueden hacer que el público no acuda, al menos conmigo lo han conseguido, y eso que el trato del personal de la discoteca fue excelente, cosa que no se puede decir tampoco de todas, y es algo también a agradecer.
Entonces el sabor que queda es totalmente agridulce, bien por los grupos y muchos aspectos de organización, pero muy mal por el enclave escogido. Eso sí, ojalá podamos repetir en circunstancias más favorables.
- Olga Alonso
