Barcelona es una de las ciudades más grandes de España, por lo que prácticamente cualquier gira que se precie acaba pasando por ella. O eso es lo que pasaba hasta hace aproximadamente un año. La precaria situación económica de los grupos ha cambiado esa realidad, y no son pocas las bandas que han eliminado la ciudad condal de su tour. Sin embargo, el pasado sábado 8 de febrero, la capital catalana tuvo una de esas noches que ya escasean: 3 grupos, 4 horas y mucho rocanrol.
Los primeros en subir a las tablas fueron los Puerta 104, a las 20:30, prontito, para que pocos tuviesen tiempo de apalancarse en el sofá y poner como excusa las finas pero constantes gotas de lluvia que mojaban la calle. Con puntualidad inglesa (raro en la Salamandra), la música de lata cesó y las luces se apagaron. Edu, Carlos, Roger y Dani tomaron posición. Faltaba Bakero, pero el grupo empezó con el primer tema, Como un animal. No tardó mucho en aparecer el fontman, dispuesto a dejar el pabellón bien alto. El sonido era magnífico, a la altura de la gran sala en la que nos encontrábamos. El grupo se encontraba con ganas y a gusto, ya que acostumbrados a salas pequeñas, lo de esa noche era poco menos que tocar el cielo. Siguiendo con su álbum más reciente, sonó Contigo y sin descanso Piedras contra balas. La idea de setlist apuntaba al mismo que en citas anteriores: las canciones del nuevo disco abriendo el bolo y más tarde, con el público asentado, las del primer trabajo.
Es preciso reconocer que el público se encontraba un poco frío. La entrada no era gran cosa para el aforo del recinto, pero nada desdeñable para lo que suelen mover los Puerta 104. Aun así, cabe recordar la excelente aceptación que está teniendo Mi único enemigo (de crítica todavía más), lo que se traduce en un goteo de adeptos al acabar sus actuaciones. Es por ello que no resulta extraño ver personajes ultramotivados en las primeras filas de sus conciertos. La actuación continuó con Dispara y Dejad que lo diga yo, muy celebrada por los más próximos al escenario.
Los 104 no son punks, pero esa noche tuvieron formas. Y es que no dudaron un segundo en poner el turbo con los temas. Éstos cayeron como las campanadas en fin de año, sin pausa, de modo que cupiesen el mayor número de ellos en el menor tiempo posible. Sin duda, se perdió parte de cercanía, y faltó algún guiño a quienes veían a la banda por primera vez. Sonar cojonudo es tener la mitad del trabajo hecho, pero el otro cincuenta por ciento es saberse vender en el momento adecuado.
A estas alturas de actuación, resultaba raro que ninguna versión hubiese sonado, porque el grupo acostumbra a gustarse tocando temas conocidos por todos: ora Extremoduro, ora Barricada. En su lugar, Cuando yo era feliz y Los charcos de la calle, que empezó con una solemnidad pocas veces vista en el directo de la formación. Pero para destacado, su final, mostrando una comunión perfecta entre música e iluminación. Fantástico el momento en el que la melodía descendía poco a poco, en paralelo a los focos. Al final, fundido a negro…
El tiempo había pasado rápido y poco quedaba por disfrutar del primer grupo: Las musas, la triste Cuando venga la muerte y Morena, rematando el bolo con el single adelanto de su nuevo trabajo, Mi único enemigo. Una vez se hizo el silencio de los instrumentos, los Puerta 104 abandonaron las tablas entre los “otra, otra” del público. Trabajo finiquitado con éxito.
Prácticamente sin cambio de instrumentos y a oscuras aparecieron los Malsujeto. Éstos tenían una deuda con los seguidores de Barcelona desde hacía ocho meses, cuando anularon un concierto junto a Forraje. El pasado jugó una mala pasada, pero el presente dictaba redención. Y sí, vinieron con todo el equipo. Prepararon un inicio épico. Un fragmento (O Fortuna) de Carmina Burana (Carl Off) enlazado con Sueños de cristal dio la bienvenida a los presentes, y con La reina de la calle y Vuelta a las calles se corroboró lo bien engrasado que está el quinteto. En el centro de la platea, tal como sucedió con Puerta 104, había un hueco importante, pero no tardó en llenarlo una chica bailando, a la que se le sumó una compañera y después una tercera. Las tres estaban dándolo todo, eufóricas.
Una de las bazas que tiene Malsujeto, y que demuestra su grandeza, es la variedad de estilos (y trabajados) con que cuenta. Esto resulta muy claro cuando el repertorio va de un disco a otro. Así, fuimos de lo duro, crudo y canalla de Y volar a la instrumentalidad y dulzura de 813 dudas. Excelente ejercicio de música. Por el camino, los más observadores pudieron ver que Táber forma parte de ese grupo de cantantes que adornan sus canciones gesticulando mucho, efecto que quedó enfatizado debido a la fisonomía espigada del cantante y en menor medida al estilismo escogido para el bolo, íntegramente de negro.
El momento cumbre para los seguidores de la banda llegó al encadenar Animal salvaje y La melodía de este infierno, dos temas que juntos ponen sobre la mesa el espectro de acción del grupo, del rock más cañero de voz en grito al trabajo in crescendo de las guitarras y la potente batería. Sin embargo, lo que sorprendió a extraños y conocidos fue el interludio que ofreció El dúo cachivache, véase Enrike ‘kuero’ y Altair Sánchez, percusión y teclados respectivamente, en solitario. Ambos se marcaron una sesión electrónica sobre la base de Die Antwoord que mantuvo a la platea expectante, como si del piromusical de La Mercé se tratase. Finalmente, el público no pudo por más que rendire el espectáculo.
Una vez regresó la actitud rockera al escenario, la actuación dio sus últimos coletazos: Capitán del horizonte y Otra canción de Paraíso Infierno; Mundos enteros de Fuera de control y para poner punto final, la unión de Què volen aquesta gent?, original de Maria del Mar Bonet, y Cementerio vivo, las dos de su ópera prima. El arreón final vino marcado por los constantes juegos de las tres guitarras, que silbaban tremendas, y los solos de Berny.
Los Malsujeto dejaron un sabor de boca magnífico, aunque es preciso reconocer que los 45 minutos supieron a poco. No era una minoría la que ansiaba poder ver en directo a los de Valencia, por lo que el deseo presente es no tener que esperar una eternidad para volver a disfrutar de su música, hecha con carisma y estilo.
Momento de relajo, cigarrito, cambio de instrumentos y a otro grupo, que el tiempo no espera. Minutos antes de salir Poncho K, la sala todavía presentaba importantes huecos, pero no se sabe cómo, magia quizá, el público empezó a multiplicarse hasta conseguir el lleno para Verborrea, el primer tema del sevillano. Le siguió Punky gitano y Te digo que no te quedes. El sonido del espectáculo era ligeramente diferente no sólo al de los grupos predecesores, sino al de otras actuaciones de la misma banda. Esta vez primaba la voz del cantante, cruda y áspera, por encima de la melodía, que durante los primeros compases conseguía destacar de forma puntual. Sonaron también Borracho de la madrugá, la introspectiva De ninguna parte y la metalera Cuando deje de vivir a la intemperie. Lejos de centrarse en los temas de Caballo de oro, los discos fueron alternándose.
Temas como ¿Quién apagará?, o El último sol se sumaron rápidamente a la lista de canciones coreadas. Hay que reconocer que los conciertos de Poncho K tienen mucho de ritual. Empiezan tranquilos, con el frontman un tanto impertérrito ante lo que pasa a sus pies, concentrado. Pero la realidad es que tampoco le hace falta mucho más, porque el andaluz crea atmósfera a golpe de carisma. Y de unas letras harto trabajadas, no nos olvidemos. Una de las clásicas del grupo, Corrientes demolientes, tuvo una pequeña gran ayuda (y algún espontáneo que subió sin permiso), la de Táber, cantante de los Malsujeto. Se conocieron en 2012, y sobre el escenario pusieron de manifiesto el cariño que se profesan, cantando a la par y firmando la colaboración con un sentido abrazo.
El tiempo no pasaba en balde para algunos, que con unos cuantos lingotazos encima desparramaban sus cervezas por el suelo; de ninguna manera pudieron evitar el movimiento provocado por la intensa Carnívoro cuchillo, la introspectiva Un perro como tú y la reivindicativa Los niños de boca torcida, que con pocos meses de vida ya está entre las más solicitadas. Sería bueno detenerse un segundo en un punto importante, el cambio de perfil en el público de Poncho K de un tiempo a esta parte, pues la época de los punkis quedó atrás.
No se puede negar que el nuevo disco de Poncho K tiene cortes que van más allá de la mera creación. Uno de ellos es El bicho, por su carácter de homenaje. La tensión del mismo se pudo sentir en directo, con su dosis de tristeza, su momento para recuerdo y una respuesta: “Busco un arreón de veneno” -dice el tema-. Quizá ya lo sepa, pero el escenario supone uno de los mejores chutes. Y ya puestos a bajar el ritmo, la banda abandonó el escenario y el cantante se situó en pleno centro sentado en un taburete. Según él mismo afirmó, “pesan los años”, y para la gira Caballo de oro ideó un momento donde descansar. En pseudo acústico interpretó una de las viejas, Amor platónico, que los asistentes ayudaron a cantar. Tras ésta, dos taburetes más entraron a escena, uno para Joseba y otro para Ernesto. Es decir, sin apenas transición nos encontramos con todos los integrantes del grupo tocando La tarde viajera...sentados… Cuanto menos, una imagen curiosa.
A partir de este punto, el espectáculo entró en otra esfera. Un nuevo concierto empezaba. El punto de moderación distante y tenue que hasta el momento había reinado dio paso a un tono más enérgico, abrupto y vigoroso, donde la intensidad de cada canción suponía una marcha menos que poner hasta el final del bolo. En esta línea, Poncho K sacó más madera: Arrebatos de primavera, Me das pena, Pistolas y Bar la llorona. Mención aparte para Manolito Caramierda y Una historia con las manos, auténticos hits del grupo que nadie se permitió el lujo de no cantar. Como consecuencia, la sala se partió en dos, como los equipos de fútbol mal organizados. Delante, quienes quisieron darlo todo a pie de escenario; detrás, quienes gustaban más de escuchar o descansar de casi cuatro horas de música.
Alfonso Caballero en primer plano, los músicos en segundo y el público dando el contrapunto. Pero es que el concierto todavía tenía alguna estampa que ofrecer, porque de la nada salió una novia, que durante La cuenca y Pescaitos fue upada hasta el escenario. También quedaban canciones en el tintero: Bla, bla bla, Estrépito y finalmente Mentiras de sal y Al marchar. En total, 28 temas que hicieron las delicias de los incondicionales del de Sevilla.
En resumen, una noche completa que contentó a los amantes del rock clásico, a los consumidores del rock melódico y por último a los adeptos del rocanrol con tintes aflamencados. Barcelona tardará en tener otra de éstas.